Desde adentro – Entrega 01
“Emigrar no es olvidar de dónde vienes, es recordar con más fuerza quién eres.”

El primer impacto: estoy soñando
Salir de Cuba y bajarse del avión en Estados Unidos es como despertar en un mundo fantástico. Todo cambia de golpe. Calles limpias, avenidas enormes, luces de semáforos que funcionan, carros por miles, casas ordenadas. No hay baches ni apagones. Todo parece nuevo, como si lo hubieran hecho ayer.
Las puertas se abren solas y tú ni sabes cómo entrar. Te llevan a un restaurante y no tienes idea de qué pedir. Caminas como ido, sin saber adónde mirar. Entras a Walmart, Aldi, o Kroger y te quedas lelo. Cientos de estantes llenos de comida que no conoces, colchones, equipos, luces y olores. Ropa de todo tipo, cosas que allá parecían galácticas, aquí están delante de ti. Y tú, sin entender bien cómo, ya estás dentro de todo eso.
Ni que decir de los baños. Todos limpios, con papel, con jabón que sale solo y agua caliente. Claro que te acuerdas de los de Cuba, sucios, apestosos y que, prácticamente, ni podías usarlos.
Pero lo que más te asombra es el silencio. No hay bocinas locas, no hay gritos en la calle, no hay música a todo volumen desde las casas. Los carros van ordenados, respetan las señales, nadie se monta en la acera. Si te ven caminando, frenan para darte paso, se alejan para darte espacio. Los policías pasan y no te da miedo. Nadie te pregunta para dónde vas ni qué andas haciendo.
Renacer, no hay otra explicación
Empiezas a escuchar palabras que no entiendes: “lease”, “bills”, “insurance”, “credit score”. Todo lo importante está en inglés. Google Translate se convierte en tu mejor amigo. YouTube te enseña a abrir una cuenta de banco, a pedir el Social Security, a manejar en esas autopistas que parecen pistas de avión.
Tu primer teléfono con datos ilimitados. No más contar megas ni esperar a conectarte en un parque. Tu primera videollamada a Cuba sin miedo al costo. Ver la cara de tu familia mientras les muestras tu cuarto nuevo, aunque sea un estudio pequeño. Sonríes, pero se te hace un nudo en la garganta porque ellos siguen allá y tú ya estás aquí.
El reto de empezar otra vez
El primer trabajo casi nunca es lo que estudiaste. Da igual si eras ingeniero, médico o maestro. Aquí empiezas limpiando oficinas, cargando cajas, sirviendo mesas. Te duele todo, llegas a casa molido, pero sabes que serás recompensado. Tu dinero es limpio, sin tener que inventar nada raro.
Y poco a poco vas entendiendo. Tu primer apartamento, aunque sea chiquito. Tus primeros muebles, aunque sean de segunda mano. Tu primera compra grande en el supermercado sin tener que pedir nada prestado. Abres la nevera y está llena. Sabes que mañana también va a estar llena.
Mandas tu primera remesa a Cuba. Compras el primer paquete para enviar. Pagas tu primer alquiler sin drama. Son cosas pequeñas, pero para un cubano que acaba de llegar, cada una es una victoria.


Libre de verdad
Aquí eres lo que construyes desde que llegaste. Puedes cambiar de trabajo, de ciudad, de vida entera si te da la gana. Puedes estudiar, emprender, viajar. Puedes soñar en grande sin que te digan que estás loco.
Ya no tienes que mirar por encima del hombro, ni bajar la voz para hablar, ni cuidarte de quién te escucha. Dices lo que piensas sin consecuencias. Planificas sin que nadie te diga que no puedes. Te mueves sin pedir permiso.
No es fácil. Hay días duros, noches de llorar, momentos en los que extrañas hasta lo malo de allá. Pero hay algo que nunca te pueden quitar: la posibilidad. Esa palabra que en Cuba sonaba vacía, aquí tiene peso.
Nos fuimos de Cuba, pero Cuba no se fue de nosotros. Y eso está bien. Es lo que nos hace cubanos, lo que nos da fuerza para seguir pa’lante.
Pero no todos renacen en el aire.
Algunos tienen que cruzar tierra, selva y fronteras. En la próxima entrega hablaremos de la travesía.
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